Lo político y lo cosmopolita: Schmitt y Beck




Ricardo Padilla Rizo

En el presente escrito se realiza una comparación entre dos posturas respecto al problema de lo que es lo político. Por una parte se toma en cuenta el escrito del pensador alemán Carl Schmitt “El concepto de lo político”, escrito en 1932. Por otra parte se considera la introducción al libro La sociedad del riesgo global, del alemán Ulrich Beck, escrito en 1999, donde plantea un “Manifiesto cosmopolita”. Este escrito se divide en tres partes. En la primera se exponen los ejes principales del planteamiento de Schmitt y en la segunda los de la “sociedad cosmopolita” que describe Beck. En la tercera parte se concluye con la tesis de que la postura de los dos autores es contraria entre sí, ya que la propuesta de Beck se corresponde con la idea de que vivimos en una era pos-política.

Lo político como antagonismo

El texto de Carl Schmitt es de los más citados por presentar una exposición clara de los conceptos que utiliza en otros escritos. “El concepto de los político” se considera en este trabajo porque contiene los elementos que se buscan para definir lo político. A pesar de que se trata de un texto de casi 80 años, se percibe su influencia en trabajos recientes sobre lo político.[1] Lo que se expone de Schmitt sólo es una aproximación inicial que busca delimitar conceptualmente lo que define el fenómeno político, por lo que hay muchos problemas que no se consideran detalladamente. El mismo Schmitt, en el prólogo que escribe en 1963, aclara que este es un texto académico que sirve para “encuadrar teóricamente un tema inabarcable”.(Schmitt 1999, p. 39)
Concretamente, desde la primera línea Schmitt  expresa su tesis principal: “El concepto de Estado presupone el de lo político.” (Ibíd., p. 55) Con esto se manifiestan los dos conceptos que interesan en primer lugar: el estado y lo político. Sobre el estado continúa diciendo que es un modo de estar de un pueblo. Sobre lo político en cambio, no es fácil encontrar una definición clara. Lo que propone Schmitt es partir de una analogía respecto de otras áreas del conocimiento, aunque lo político tiene sus propios criterios, comparte la forma en que opera, es decir, a través de una dicotomía. La estética por ejemplo habla de lo bello y lo feo, y la ética de lo bueno y lo malo. Lo político posee el criterio de la distinción entre amigo y enemigo.
Lo que busca Schmitt con esta distinción es marcar el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o disolución. (Ibíd., p. 57) La distinción política es independiente de la estética, la moral y la económica, el amigo no es necesariamente bello, bueno o rentable, “Simplemente es el otro, el extraño […]”. (Íd.) Lo interesante de la distinción es que el otro representa un conflicto porque amenaza el modo de existencia propia, por  ello hay que combatirlo para preservar la propia forma de ser.
Contra el liberalismo, Schmitt defiende la idea de combatir al enemigo. El liberalismo trata de acabar con la distinción política, reduciendo la política a la competencia económica, en lugar de enemigos se habla de competidores u oponentes. Los pueblos se organizan en primer lugar políticamente, como amigos y enemigos, sin entender ninguna connotación metafórica, la amistad sería el ser de lo conflictivo políticamente hablando.
Schmitt habla de que lo esencial en el concepto de enemigo, para diferenciarlo de cualquier otro tipo de oposición, radica en que el enemigo “es sólo un conjunto de hombres que […] se opone combativamente a otro conjunto análogo. Sólo es enemigo el enemigo público pues todo cuanto hace referencia a un conjunto de personas, […] a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público.” (Ibíd, p. 59) Con esto se desliga del ámbito político los enemigos personales, los de la vida privada.
Más específicamente, el enemigo público implica una relación de antagonismo. El antagonismo es el tipo de oposición más intensa y más extrema de todas, pues sitúa a los enemigos en los extremos. Para hablar de lo político y del antagonismo a la vez, falta el tercer elemento que es condición de esto, el antagonismo debe estar al interior de un marco estatal. También hay que separar la idea de lo político de los partidos, pues estos sólo pueden ser parte de un Estado, de una forma de organización. La política como tal, el antagonismo sólo corresponde a los Estados y las oposiciones partidistas se sitúan al interior de un Estado que les da unidad.
Schmitt agrega que los conceptos de amigo, enemigo y lucha  “adquieren su sentido real por el hecho de que están y se mantienen en conexión con la posibilidad de matar físicamente”. (Ibíd, p. 63) La política implica la guerra con el que es ontológicamente distinto de sí. La guerra como tal no es el objeto de la política pero está presupuesta en el antagonismo. Con ello Schmitt aclara que tampoco se trata de una concepción militarista o bélica de la política, sino tan sólo que la política no puede existir sin una guerra o una lucha. Incluso este presupuesto anula la posibilidad de pensar en la neutralidad política. La imposibilidad de la neutralidad política es importante porque implica que “Si sobre la tierra no hubiera más que neutralidad, no sólo no se habría terminado la guerra sino que se habría acabado también la neutralidad misma, del mismo modo que desaparecería cualquier política […]”.(Ibíd, p. 64)
En este sentido es que se dice que lo político está determinado por este tipo de conducta específica, el antagonismo. Sin embargo, dice Schmitt, lo político no es un campo específico de la realidad, no está lo político ahí afuera como un fenómeno aprehensible por sí, es más bien “un cierto grado de la intensidad de la asociación de hombres.” (Ibíd, p. 68) Esta asociación puede tener diversas causas, sean religiosas, morales o sociales, pero en la medida en que se encuentran al interior de una organización estatal lo relevante es el grado de oposición que alcanzan para constituirse como antagónica respecto de otra.
En este punto se habla también de soberanía y de pluralismo. De acuerdo con lo anterior, un estado soberano debe ser capaz de establecer quién es su enemigo. Si no es capaz de definirlo entonces carece de carácter político. De tal suerte que la soberanía es también otra condición de lo político. Cuando se habla de pluralismo se piensa en dos perspectivas. Uno cuando se hace referencia a la democratización de las demandas. Tal democratización sólo puede ser política si se efectúa al interior de una organización estatal. De otro modo se trataría de un pluralismo sin política, que es la segunda perspectiva. En este sentido es que se habló del fin del Estado, según Schmitt, a principios del Siglo XIX con los sindicalistas franceses y en las teorías pluralistas de Estado de países anglosajones. (Cfr. p. 69 y sig.) Schmitt está en desacuerdo con estas posturas pluralistas ya que implican una disolución o refutación de la unidad del Estado, la cual es su condición política,  ya que si no hay una unidad que defender no hay antagonismo.
Esta es concretamente la postura de Schmitt: la unidad del estado es la esencia de la política. Esto permite pensar que el enemigo del Estado no es siempre exterior a la unidad, sino que la misma unidad permite señalar quién es el enemigo al interior del mismo Estado. De hecho esta es una necesidad porque si el estado no puede distinguir sus enemigos internos, significaría que él es el enemigo mismo. Schmitt es lector de Hobbes y de El Leviatán, a partir de esta fuente sostiene que el Estado que identifica sus enemigos internos conlleva su protección respecto de los enemigos externos, con los cuales entabla la verdadera y única relación política.

El manifiesto cosmopolita
Como contraparte del planteamiento de Schmitt, ahora se exponen algunas de las tesis principales del manifiesto cosmopolita que escribe Ulrich Beck en 1999. Se considera sólo la introducción a La sociedad del riesgo global por los objetivos de este escrito, aunque los argumentos se desarrollan ampliamente en los capítulos siguientes y en la conclusión del libro. La percepción que se tiene es que la propuesta de Beck es contraria a la conceptualización de lo político de Carl Schmitt. Por lo tanto en lo siguiente tan sólo se consideran las ideas que tienen relación con el planteamiento político.
La sociedad contemporánea está viviendo un cambio radical, presentando un reto a la modernidad ilustrada a partir de que las personas son capaces de elegir formas sociales y políticas nuevas e inesperadas. Lo que entre otros teóricos se conoce como posmodernidad, Beck lo llama la segunda modernidad o modernidad reflexiva o sociedad del riesgo. Lo que distingue a las dos modernidades son los siguientes aspectos: colectividad, progreso y control, pleno empleo y explotación de la naturaleza contra la individualización, globalización, revolución de los géneros, subempleo y riesgos globales.(Beck 2002, p. 2)
La modernidad también estaba definida por la sociedad basada en el Estado nacional. La sociedad moderna abarca el universo europeo, ahora, la segunda modernidad permite una pluralización de la modernidad, puesto que abre un espacio para la conceptualización de las trayectorias divergentes de las modernidades. (Íbíd., p. 3) Esto es así porque la globalización económica y cultural exige que se integren en los análisis de los problemas del mundo. De este modo, Beck propone pensar conforme en un nuevo marco de referencia más amplio que el eurocentrismo. Este marco implica pensar en términos de sociedad de riesgo. Aquí riesgo significa “el enfoque moderno de la previsión y control de las consecuencias futuras de la acción humana, las diversas consecuencias no deseadas de la modernización radicalizada.” (Ibíd, p. 5) El riesgo posee tanto una materialidad que reside en su construcción científica que tiene ciertas referencias con la realidad, y una inmaterialidad en tanto que definiciones.
El problema de la política en la sociedad del riesgo es que este es motivo de movilizaciones con diversas causas que sobrepasan los problemas de clase, género y raza. Es por ello que el autor sostiene que la sociedad actual es más moral que otras y por tanto niega la idea de la crisis moral. Actualmente el problema moral se ha extendido a asuntos que en otros tiempos no eran considerados morales. Todo esto nace por un elemento específico que es la democracia cosmopolita. Los problemas ya no se delimitan en cuestión de estados y naciones. Los problemas actuales, como el ecologismo, aparecen como problemas globales que trascienden las fronteras nacionales.
El tema en cuestión es cómo afrontar los problemas actuales que afectan a todo el mundo. La cuestión es que dichos problemas son ocasionados sólo por una parte del mundo y la otra parte sufre las consecuencias. La idea del riesgo es ambivalente en este sentido. Por una lado el riesgo que representa el avance tecnológico es positivo en la medida de que incrementa la producción y el desarrollo científico de los países que participan en ello. Por otro lado, hay países que participan pero en términos negativos porque sufren las consecuencias de la explotación laboral, de la contaminación y del permanente rezago económico. La globalidad de la sociedad contempla las ciudades de primer mundo o las que son parte de la economía mundial.
La apuesta de Ulrich Beck es reconocer esta desigualdad y pensar en términos globales, lo cual conllevaría a una ética global, pero no lo aborda de esta manera. Lo que sí expresa es que una regulación global requeriría de la existencia de un Estado global que aún no existe. Es por ello que las políticas económicas globales son difíciles de manejar, los riesgos son más impredecibles. Es por ello que la tradición del libre mercado parece estar colapsando, “En todo el mundo, los políticos, incluidos los líderes europeos, están dando pasos hacia una nueva política: se está reinventando el proteccionismo; algunos demandan nuevas instituciones transnacionales […]. La consecuencia es que la ideología del libre mercado es un recuerdo que se desvanece y está siendo sustituida por su opuesto: una politización de la economía global de mercado.” (Ibíd., p. 11)
De acuerdo con Beck, el estado nación moderno se ha debilitado y la economía es el eje de la política global. Las economías locales tienen una relación directa con lo global, constituyendo lo que Beck llama lo “glocal”, es decir, prescindiendo del intermediario nacional. En este sentido también es importante la idea de la individualización, que no es lo mismo que individualismo. En una lógica donde lo más particular tiene una relación directa con lo global, lo individual no se puede pensar sin lo colectivo. Es decir, la acción individual ahora influida por una globalización cultural y por la apropiación de los problemas de la humanidad como problemas individuales, crea una individualización pero también un individualismo altruista, cooperativo.
Todo lo anterior tomando en cuenta que desde la visión de Beck vivimos en una sociedad del riesgo global que ya no ve al futuro como un refugio, sino como una amenaza. En el futuro nos encontraremos con las consecuencias de las acciones presentes. Por lo tanto, la obligación política y moral es tomar responsabilidad de lo que hacemos en el presente para evitar efector colaterales catastróficos en el futuro. Como entonces se trata de problemas que afectan a la humanidad y no a estados naciones concretos, la búsqueda de organización global tiene que pasar por  “el debilitamiento de las estructuras estatales, de la autonomía y del poder del estado”. (Ibíd., p. 21)
En este sentido, una de las afirmaciones más polémicas de este manifiesto cosmopolita expresa la necesidad de un humanismo militar occidental: “imponer los derechos humanos en todo el mundo”. (Íd.) En la medida en que esto se fortalezca, más débiles estarán las estructuras estatales. La idea es formar un gran Estado global humanista occidental que tenga un carácter de comunidad donde los riesgos sean compartidos, dejando atrás la desigualdad. Beck reconoce que tal proceso es utópico pero necesario. Para concretar la tarea de formar un Estado global harían falta partidos políticos que defiendan los intereses internacionales, partidos cosmopolitas. Estos ya existen bajo la forma de los movimientos políticos internacionales como el feminismo o el ecologismo y otras formas de activismo que se propagan por el mundo. Quizás Beck estaba pensando en el tipo de movimientos sociales que vivimos en los últimos años, más y mejor organizados y difundidos, pero que además estén institucionalizados.

Conclusión
Lo que se planteó al principio como hipótesis fue la incompatibilidad de lo que Schmitt entiende por política y lo que Beck llama sociedad del riesgo global y sus características. Lo que se puede apreciar después de exponer la síntesis de cada uno es que lo político entendido como antagonismo efectivamente está ausente en el planteamiento de Beck. Si bien Beck habla de la necesidad de construir un Estado global donde se trasciendan las fronteras nacionales, la esencia de lo político según Schmitt radica en el antagonismo externo al estado mismo y en la distinción amigo y enemigo. Las políticas globales de Beck carecen de este elemento externo y de la distinción amigo/enemigo, porque además no puede construirse un Estado global si no es a partir de pequeños estados que son antagónicos en sentidos específicos. Beck cae en lo mismo que Schmitt ya señalaba décadas antes, que el pluralismo del estado global no puede ser político. La idea de un Estado global anula el elemento de la guerra o la lucha que constituye el antagonismo.
Por su parte, Beck señala que se trata de una nueva manera de hacer la política y si nos limitamos a su discurso puede ser coherente. Sin embargo, pensar en una política basada en un humanismo militar occidental no es otra cosa que un imperialismo económico, cultural y político que busca desvanecer las diferencias minoritarias. Por lo tanto no podemos estar de acuerdo con la postura de Ulrich Beck.
Ninguna cultura tiene la obligación de justificar su particularidad o de excusarse por no ser occidental. Además, la propuesta de Beck consiste en la construcción discursiva de un Estado global que no existe y que él mismo considera una utopía. A mí me parece que sí hay elementos para pensar que existen algunas relaciones globales, internacionales y que en un sentido el estado nación ya no es soberano porque depende de una economía global. Sin embargo, no se justifica cómo un estado global puede ser más efectivo que un estado nación para atacar las desigualdades sociales.

Notas:
[1] Ver Chantal Mouffe (ed.), The Challenge of Carl Schmitt, Verso 1999

Bibliografía
Beck, Ulrich, La sociedad del riesgo global, “Introducción”, Siglo XIX, España 2002
Schmitt, C., El concepto de lo político, Alianza, Madrid 1999

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