La ciudad como discurso, la ciudad como espíritu.



Aurelio Coronado
aureliocoronado@htomail.com

En algunas ocasiones se encuentra uno con un libro pequeño, escondido entre otros mucho más ostentosos, en esas ocasiones el título del librito no inspira. Luego en esas misma ocasiones resulta que ese libro se llama "El Espíritu de la Calle".
Durante el texto se presentan y organizan un montón de ideas que ya juntas sorprendentemente son pocas. Todas rodean por un lado las condiciones conceptuales de una psicología política o ¿y? una psicología colectiva o de las colectividades. y por otro lado (lado entendida como moneda) un claro trazado de las relaciones entre la psicología, la cultura y la comunicación.
Una forma principal de hablar de lo hablado para Christilieb es el uso de las metáforas, no como una herramienta alternativa al lenguaje técnico. Sino como LA herramienta, el lenguaje es siempre metáfora, nunca se refiere a nadie ni a nada, se refiere a las relaciones entre los alguien y las cosas. El lenguaje usa metáforas para referirse a los hechos.
El espíritu de la calle usa entonces la metáfora para hablar de la ciudad y de cómo refleja el espíritu de los colectivo. Lo colectivo es con lo que se mueve la ciudad y la ciudad es por donde se mueve lo colectivo.
Todo engranado desde el papel de la ciudad en la construcción de memoria para una comunicación política de los de a pie. En este texto se revela una psicología de lo importante, de lo que no se habla en otras páginas o de lo que se enumera como el eso que moldea la vida de la gente.
La metáfora es la herramienta que se propone para hablar de esta visión y el espíritu como metáfora principal para hablar del "comportarse" de una ciudad. La ciudad tiene memoria, tiene formas de pensar. Esto efectivamente es la mejor manera de hablar de la psicología de la calle.
Todas estas son claras provocaciones y de entre todas quisiera hablar de una en particular, la de la psicología y su objeto como objeto social.
La secuencia que elige el autor es inusual ya que explica lo individual desde lo colectivo, lo privado desde lo público y no al contrario, como suele hacerse en la explicación psicológica de lo social. Y no me refiero a un ejercicio de ponderar las fuerzas que se ejercen para resultar en el fenómeno del comportamiento, sino en que el objeto de la psicología -el individuo- es un objeto históricamente ubicado. No siempre fuimos individuos, no siempre sujetos, los conflictos no siempre se entendieron como resultado de condiciones que no vemos pero que sospechamos están adentro de nuestras cabezas.
Las ciudades no tienen cabezas pero piensan, ¿Cómo es eso posible?. La narrativa de Christileb revela una postura sobre la naturaleza de lo que se estudia, en donde no es necesario reconocer un espacio simbólico independiente del espacio que lo sustentan (un sustento de hechos que están hechos de cosas, no cosas solamente).
Los cuerpos se mueven por las calles trazadas y las puertas dispuestas en entradas que antes no eran ni siquiera salidas. En este movimiento de cuerpos se advierte la vida pública o la vida privada, en el lenguaje se revela su uso para vivir en este mundo de plazas, de baños, cafés y dormitorios.
El espíritu de la calle es entonces un acercamiento conceptual que sorprende al usar la metáfora como forma de revelar las relaciones conceptuales que definen una psicología de lo público y de la colectividad y de la cultura.
El último apartado del libro es el que a mi parecer ofrece una clave importante para el uso del aparato de ideas que se nos ha presentado en este ensayo para la comunicación pública y el espíritu de lo colectivo. Esta clave es -a mi parecer- un ejemplo de las formas de hablar y de vivir bajo esta lupa investigativa. El humor.
Una de las propiedades que hacen el humor ser lo que es se la debe a que es inesperado. Irrumpe en el orden de lo cotidiano. El chiste es una especie de humor que avisa, los que están involucrados saben que lo que está sucediendo se encuentra dentro de esta lógica del absurdo y las reacciones se encuentran dentro de este marco. El chiste no revela, sirve para mantener un orden establecido.
Por otro lado las ironía no avisa. Los que participan en un acto comunicativo requieren niveles de complicidad que superan los órdenes tradicionales. La ironía funciona como un guiño por encima de los canales comunicativos. Sí se le interpelara al irónico podría hacerse el desentendido y citarse textualmente como prueba de que ha dicho lo que se espera, que no ha roto nada. Ahí el poder de la ironía: La ironía es respetuosa de las apariencias; sólo destruye las esencias.
La ironía puede servir como herramienta, se pueden revisitar lugares comunes de todo tipo, con ella se puede hacer público lo privado, disuelve divisiones sin atentar contra la pluralidad (contra el espíritu). Abre la comunicación entonces, la hace comunicación pública (recordemos que esa es LA propiedad importante de esta comunicación). La ironía se puede usar para hablar de la estructura y dinámica de lo colectivo, la hace visible, la politiza, ya que la pasa de lo privado a lo público.
Elementos importantes de esta obra se podrían leer bajo estas claves y ahora entender porque esta obra es especialmente importante. A pesar de ser un librito muy chico, de esos que se compran porque sí.

Fernandez-Crhistileb P. (2004). El espíritu de la calle. Psicología política de la cultura cotidiana. México: Antrophos.




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